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domingo, 13 de marzo de 2016

Gallipienzo Antiguo - Gallipienzo Nuevo

Andanza LXV: Gallipienzo Antiguo - Gallipienzo Nuevo

Día: 13/03/2016

No es la primera vez que, buscando apuntalar carencias, hemos pervertido en este espacio el saber de preclaros pensadores, echando barro sobre agudas filosofías con la idea de modelarlas en beneficio propio, en la necesidad de dar fundamento y apariencia juiciosa a estas historietas nuestras de fin de semana.

Hemos desollado conceptos profundos, deshonrado dogmas, ultrajado éticas y mancillado lógicas, todo ello sin piedad y sin un ápice de remordimiento. Suponemos con toda seguridad que si los legítimos propietarios de tan sublimes pensamientos, aquí envilecidos a nuestra conveniencia, han llegado a percatarse desde el otro mundo de su trasmutación en disparate, probablemente, en este mismo instante, se estarán revolviendo en sus sepulturas mientras mientan con dudosa voluntad halagadora a nuestros ancestros más allegados. Y no contentos con esto, volvemos a la carga.

Hoy toca despellejar una pizca del ideario de un tal Immanuel Kant, gran elucubrador prusiano, porque nos viene que ni pintado para acomodarlo a nuestra andanza correspondiente, tanto que parece como que las razones que nos proponemos escarnecer las maduró el filósofo pensado en Gallipienzo Antiguo y Gallipienzo Nuevo, visitas de la jornada, algo así como Villa Arriba y Villa Abajo, el yin y el yang.


Los Gallipienzos se sitúan al sur de la Merindad de Sangüesa, en la Navarra Media, fronterizos con Aragón y su dualidad tiene una curiosa historia. La idea del desdoblamiento se le ocurrió a un señor cura no hace demasiados años, pensando que el Gallipienzo montaraz, el primitivo, era un lugar inhóspito e incómodo para vivir por aquello de hallarse encaramado, pródigo en repechos y callejas laberínticas empedradas. Y así, enredando, enredando, consiguió de las autoridades pertinentes la construcción de un nuevo Gallipienzo en la llanura: uniforme, a nivel y cómodo.

Pero el señor párroco, sin quererlo, sembró la semilla de la discordia. Una parte de la población se negó a abandonar el pueblo inmemorial. El enraizamiento al solar de sus antepasados era demasiado fuerte para algunos vecinos. En consecuencia, se conformaron dos comunidades diferentes y, en ocasiones, discrepantes sobre cuál es el Gallipienzo legítimo.


Nosotros, a lomos de nuestro corcel mecánico, llegamos pretendiendo la observación objetiva, y es entonces cuando echamos mano de la socorrida sabiduría del señor Kant, utilizando sus razones (la Pura y la Práctica), para la interpretación de la espinosa querella surgida entre los dos Gallipienzos, por obra y gracia del presunto quehacer bienintencionado del señor cura.

A la vista está que el Gallipienzo Nuevo es hijo de la Razón Práctica, la de don Ciriaco, el cura enredador. Pensaba él que donde estuvieran las calles anchas, asfaltadas y trazadas a escuadra y cartabón, las casas parejas con su acera y jardincito, el equilibrio estético y la ecuanimidad, que se quitasen los empedrados, las estrecheces y las escarpaduras. El Gallipienzo de abajo se muestra como un triunfo de la simetría, de lo anodino pero funcional. Don Ciriaco fue un formulador de principios materialistas; cierto que era un hombre de Dios, espiritual, pero tenía los pies en la tierra, en la tierra plana.

Pasada revista a la villa de abajo, ahora toca reconocer la de arriba y los culebreos ascendentes de la carretera NA-5320 nos ponen en antecedentes sobre lo que encontraremos en el cerro. Rápidamente nos percatamos de que los díscolos lugareños de lo alto, menos pragmáticos, son más de Razón Pura, la que genera juicios sensibles y la necesaria para la auscultación de la realidad del  Gallipienzo Antiguo.

Es este pueblo una reliquia del pasado todavía viva, que conserva rasgos originarios de su ancestral traza urbana y arquitectónica, no demasiado falseada por restauraciones perpetradas mediante interpretaciones idealizadas, que tanto se observan en otros lugares. El Gallipienzo Antiguo se descuelga por la ladera de un altozano sobre el que se aupó en tiempo inmemorial. Ahí subido en épocas de conflicto, se convirtió en vigía y custodio del paso natural excavado por el río Aragón. Tuvo castillo y tenentes, de cuya importancia ha quedado huella y memoria en numerosos documentos medievales, encargados de la defensa del territorio frente al vecino reino de Aragón, ya amigo, ya adversario.

El lugar merece una visita esforzada, nunca mejor dicho, y ello requiere hacerla a pie, así que dejamos a nuestra montura custodiando la fuente de los dos caños, buen sitio para iniciar el recorrido. Deambular por sus laberínticas estrecheces es un placer para los sentidos. Se nos aparecen por doquier rincones de encanto inusitado. Sus casas, decrépitas pero virginales, abren a las callejuelas empedradas portalones desde los que, en cualquier momento, parece posible la aparición de un labrador en catadura del siglo XV, siempre bajo la percepción del juicio sensible; sin embargo, los tiempos mandan, y lo más probable es que asome un señor de Pamplona en chándal, que ha venido a pasar el fin de semana.


En lo más alto, asilvestrada, altiva y dominante, se yergue la iglesia de San Salvador, joya gótica de Gallipienzo. Es una iglesia arrogante a pesar de haber perdido la titularidad parroquial a favor del templo de San Pedro, más urbano y más a mano, y guarda misterios inescrutables en su cripta románica. Al observador, todo desde aquí arriba se le antoja insignificante, la panorámica es espectacular; abajo, la garganta del Aragón constriñe la tierra y resalta el retraimiento en que hoy se sume el pueblo viejo, perseverante, obstinado, aferrado a sus raíces, sostenido por quienes se han decantado por la Razón Pura. Nosotros, en nuestra subjetividad, también.






















2 comentarios:

  1. Gracias por acordarte de uno de los pueblos más bonitos y antigüos de Navarra. Mi familia paterna proviene, en parte de ahí.

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    1. Es un pueblo que conserva un encanto mágico, desconocido, incluso, para mucha gente de la propia Navarra.

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